viernes, 5 de agosto de 2011

¡A LA MIERDA! (Homenaje a Jesús Lizano, en el año 80 de su nacimiento)


No hace mucho, yo vivía en Yecla, ciudad fría y huidiza, que te ofrece los mejores vinos del mundo y los aullidos más lastimeros de un viento eterno que no deja de soplar con obstinación castellana. De allí eran Salva y Gerardo, Chopito y Mamón para el público, un dúo de recitadores locos que iban de bar en bar entre Murcia y Salamanca tratando de sobrevivir como buenamente podían de la poesía y la conversación y bebían güisqui entre volutas de humo aparentando mucha bohemia y desdén artístico. Hicimos una asociación cultural con resonancias clasiconas, para llamar mucho la atención y aparentar pedantería e importancia: El Vellocino de Oro. Y logramos llevárnoslo. Entre todos y con más voluntad por parte de él que dinero por la nuestra, logramos que Jesús Lizano viniera a recitarnos sus poemos. Este anciano-niño, el hombre más sabio, humilde e inocente que he conocido, es uno de los mejores poetas españoles del siglo XX. Él practica la poesía libertaria, luminosa y dulce, que pretende acariciar a toda la humanidad y abrazarla para salvarla. Le gustan los hombres curvos, no rectos, combados en parábolas que los hagan muy muy grandes o muy chiquitos para poder abarcarlos. El libérrimo Ingenioso Libertario Lizanote de la Acracia, barbudo como Bakunin y como Valle-Inclán, de voz gravísima y terrosa (de la tierra, de la raíz, de la radicalidad en la que vive, de la que te contagia) como Paco Rabal es un hombre arcaico, mítico y poderoso que nos resucitó a la inocencia de la anarquía intelectual y poética en la noche gélida de aquella ciudad perdida en el llano de la nada. Y ahora que puede que una vez más acabemos, como en el cuadro de Goya, a garrotazos, alzo mi voz con la suya para decir ¡A LA MIERDA!



Mierda, yo te saludo complacido
cuando sales patética y caliente
luego de abandonar en el crujiente
y alimentado cuerpo tu sentido.
Nada, sin tu calor, se ve nacido
ni sin verse en tu espejo es inocente,
mierda, pues nuestro fin es tu presente,
desecho, no, sino vivir cumplido.
Es tu fermento el que transforma en huerta
un universo lleno de intestinos,
danza de lo cocido y de lo crudo,
porque sin ti la tierra es tierra muerta,
solos y muertos todos los caminos.
¡Mierda, madre común, yo te saludo!